Jugando bowling con mis hijos: una experiencia inolvidable

El otro día fui a los bolos con mis hijos; más exactamente, me llevaron. Lo que sucede es que siempre le he tenido algo de temor al bowling, desde que supe de sus grandes salones allá por los ochentas. Puede deberse a que es un deporte con mucho de exhibición y personalmente me preocupaba la idea de hacer un papelón si la bola salía volando por sobre la canaleta o si peor aun, se quedaba pegado a mis dedos en pleno envión.


Pero cuando una tiene hijos, muchas cosas cambian y muchas otras que nunca se hicieron se emprenden; el bowling es una de ellas. Mis hijos lo conocían pues ya habían ido antes, invitados por las mamás de sus amiguitos. Así que ahora yo sería la alumna.

Ni bien llegamos, el eco de la multitud rebotando por todas partes me amilanó pero mi chiquitín, pareciendo darse cuenta de mis emociones, me cogió fuerte de la mano y con un "ven, yo te llevo" me desarmó por completo.


"Mamá, primero vamos a que te den tus zapatos". De nada valió que le explicara que yo tenía puestas mis zapatillas; debían ser las de reglamento porque sino no te dejaban usar las pistas. Tardaron algo en encontrar mi talla (creo que es 35 en versión europea) y me entregaron unas rarezas multicolores que en fin...de gustos y colores...

Nos dirigimos a nuestras mesas y antes que terminara de sentarme los chicos ya habían sacado sus libretitas, prendido la luz de la mesa, sopesado las bolas y definido los turnos. Yo iba primera; que calamidad!





Allá me esperaban los diez bolos o pinos de bowling. A mi me parecía que formaban una hilera de dientes muy blancos y burlones que me retaban desde el fondo. Mire a mis hijos y tomando un profundo respiro, avancé. Después de unos tímidos pasitos mandé la bola hacia atrás, supuestamente para que agarre impulso...pero precisamente hacia allá se fue aquella bala de cañón.


Algo crujió atrás. Cuando me atreví a abrir los ojos y voltear, la bola estaba en medio del corredor y un asistente se apresuraba a devolvérmela. "No fue nada felizmente, señora, los paneles están hechos para eso. Pero tenga más cuidado la próxima." Roja como un tomate, le agradecí y retorné empequeñecida a mi mesa.

Mis hijos me animaron. Afortunadamente no pareció avergonzarles, sino más bien divertirles mi lance frustrado. La mayor de mis hijas era la siguiente. Y aunque no logró tumbar todos los pinos, ¡qué lance! ¡qué estilo! El orgullo materno me hizo cambiar al instante mi opinión sobre el bowling. Ahora era el más emocionante de los deportes.

Mi pequeñín también hizo lo suyo y aquellas tarde se llenó de colores, gritos de alegría, saltos y abrazos. Al regresar a casa fui yo la más entusiasmada contándole a papá las hazañas de los chicos. Todos me observaban asombrados, hasta que papá salió con una frase retadora: "Entonces podríamos volver a ir todos otro día".


"¡Por supuesto que sí!", fue la respuesta me que salió, ante mi propio asombro, de los labios, desatando un júbilo en casa que no paró hasta la hora de dormir.

Y ese fue mi primer día en el bowling. Un día en el que tumbé muchos miedos, y marque varios puntos con mis hijos; fue un día de campeonato.

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