Navidad en casa de la abuelita

Hace varios años que mi abuelita se fue al cielo. Su gran capacidad para reunir a su numerosa familia era impresionante, especialmente en navidad.




Son esos recuerdos navideños los que llenaron mi niñez de fantasías, cariño y alegría. Cada navidad era esperada con la ilusión de descubrir a Santa Claus bajando por el ducto de ventilación de la casa, toda una chimenea para nosotros.

Los nietos éramos recibidos con panetones y chocolate caliente preparados por la "Mamama" y las tías, con villancicos españoles o serranos y enormes adornos navideños por todas partes. Esa noche nos sentíamos en un mundo de sueños, donde los buenos deseos parecían poder tocarse. El modesto barrio de la abuelita se convertía en la hacienda de Papa Noel.

Los nietos jugábamos a ver quién podía ver un rastro de estrellas en el cielo, o escuchar algún furtivo tintineo de cascabeles desde la calle.

Nos maravillábamos de la mesa preparada con la cena navideña: diferentes bandejas con ensaladas, carnes y piqueos, todos decorados con guirnaldas verdes y rojas. El centro de mesa, que podía ser era un pavo jugoso o un enrollado de cerdo con guindones, nos dejaba pensando quién podría comerse todo eso.


Poco antes de las doce de la noche, los tíos nos apuraban para que nos escondamos de Papa Noel en el segundo piso. Si no lo hacíamos, podía asustarse y no dejaría los regalos debajo del árbol de navidad que estaba en la sala.

La inocencia le ponía alas a nuestros pies y subíamos rápidamente a escondernos debajo de la cama de la abuelita, en su ropero y hasta debajo del escritorio del abuelito. Luego, todo era silencio.

Entonces, el sonido de una risa mágica y unos cascabeles nos dejaban paralizados. Sentíamos mariposas en la barriga. Ni bien oíamos la puerta de la calle cerrarse, nos abalanzábamos escaleras abajo, sin esperar a que mi tía subiera a avisarnos. Algunos corríamos al árbol de navidad, otros a la calle, para ver al viejito pascuero en su trineo volador.

Recuerdo que yo lo ví. Era una luz roja suspendida a lo lejos en el negro cielo de la ciudad. A mi me parecía que se alejaba, pero más bien caía lentamente hasta perderse detras de los techos. Mi ensoñación había transformado una bengala navideña en el espíritu de la navidad...o no?





Una vez abiertos los regalos, mi abuelita daba dos palmadas en el aire y nos invitaba a saludar al dueño del santo, al verdadero homenajeado, al divino niño Jesucito. Un arreglo navideño enorme era armado bajo el ducto de ventilación todos los años. El nacimiento tenía montañas, valles y ríos por donde paseaban rebaños y pastores. En el centro del arreglo estaba la sagrada familia y cubierto con un terciopelo rojo, el niño Manuelito, el pequeño Jesús.


La abuelita entonces rezaba con nosotros una oración, descubría al niño y luego todos cantábamos un villancico, mientras los tíos aplaudían el ritmo detrás. Era maravilloso.

Luego del canto, uno de los tíos les repartía luces o "chispitas" a los sobrinos mayores y otro tío salía a encender algunos fuegos artificiales a la calle. Luego, los niños regresábamos al árbol iluminado a jugar con los regalos, mientras los mayores se sentaban a la mesa. El abuelito daba el primer corte y todos compartían la cena.


Muchos años después, son mis hijos los que pasan la noche de navidad en casa de sus abuelitos. Esta vez nos toca a nosotros hacer que la fantasía de estas fiestas se mantenga en sus corazones, y su verdadero significado en sus almas. Que sepan que no se quiere más cuando se regala más, que se celebra al niño Dios y que Papa Noel es sólo su mensajero, y que la magia navideña está en compartir momentos y sentimientos. Lograr hacerlo como lo hizo la abuelita es nuestro mayor deseo.

Feliz Navidad!

Imagen: Skazki, MamiTalks, Cambridge, Facilísimo.

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