La vida en familia en Europa y Latinoamérica: entre la emoción y la educación

Hace algunos meses tuve la oportunidad de visitar Europa. Desde pequeña adoraba aquellos documentales que mostraban los museos de arte, las calles adoquinadas, su arquitectura medieval, sus lagos y castillos.

El viaje empezó en Alemania, donde unos primos nos brindaron alojamiento. La pasamos muy bien y al mismo tiempo la experiencia me sirvió para apreciar las diferencias entre las familias latinoamericanas y las europeas.


"La gente es fría y recelosa", solía escuchar cuando mis amigas me comentaban sobre la vida en Europa. Según ellas me decían, allá no existían reuniones familiares como en los países sudamericanos, es decir a cada rato y hasta con los bisnietos correteando por todas partes.

En el tiempo que estuve en Alemania pude ver que las reuniones eran sobrias, entre unos pocos amigos. Las familias estaban separadas, más que por la distancia, por la falta de contacto. Cada uno hacía su vida.

Eso fue lo primero que me chocó cuando nos reunimos con los amigos de nuestros anfitriones. Ninguna reunión fue con hijos y máximo iban dos parejas de visita por vez. La conversación era muy interesante, pero acostumbrada como estaba a la bulla de los chicos haciendo su fiesta aparte, sentía una sensación extraña, mezcla de alivio e inquietud.


Lo que descubrí es que el concepto de vida en familia en Europa es muy distinto. Lo que en el hemisferio sur consideramos frialdad tiene mucho de respeto por la autonomía y el espacio ajeno, y el cuidado del propio.





En los países sudamericanos, una de las razones de una agitada vida familiar es la necesidad económica. La familia están siempre pendiente de lo que sus integrantes puedan necesitar y en estos países las necesidades son grandes. Cuando alguien cae en desgracia, el resto mueve cielo y tierra para levantarlo.

En los países europeos, donde no hay tanta necesidad, las personas ponen el respeto por los espacios antes que compartirlos con experiencias y juntar esfuerzos e iniciativas. Sin embargo, este estilo de vida influye profundamente en los niños, quienes por naturaleza necesitan más de la interacción con otros niños para un adecuado desarrollo social. Los hijos de nuestros anfitriones sufrían mucho por esto, pues habían pasado de un estilo de vida familiar a uno aislado.


Eso sí, eran chicos muy ordenados, educados y traían buenas calificaciones del colegio. Comparado con la locura de un hogar siempre lleno de gente, donde el orden, la educación y el rendimiento escolar eran menos frecuentes.

Similares situaciones pude ver luego en Francia y en Suiza. No tanto en Italia, un oasis de fiesta cotidiana en medio de un continente metódico y organizado. De regreso a mi país, me percaté que desde hacía muchos años muchas familias viven una vida familiar disociada, con los padres trabajando todo el día y los hijos ensimismados en sus videojuegos en red.

Tal ves el estilo de vida dependa entonces de las personas, más que del lugar donde viven.


Al final, nunca pude responderme qué tipo de vida familiar y social era el más adecuado para un niño. Por un lado, la efusividad, la facilidad para demostrarles afecto; por el otro, el orden, el respeto y la mesura como pilares de un futuro próspero. La mejor respuesta tal vez sea que ningún extremo es bueno; pero aún mejor: nada que haga a un niño desdichado puede serlo.


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