Miedos y angustias de la pareja frente a la adopción

En un artículo anterior conversamos sobre los requisitos para adoptar a un niño que debe cumplir la pareja, principalmente relacionados con la estabilidad emocional. Pero el proceso para adoptar a un niño empieza desde mucho antes, cuando la pareja se enfrenta a decisiones y prejuicios sobre ella.


El momento ideal para adoptar a un niño es distinto para cada persona. Por eso es natural que en una pareja se den discusiones y desencuentros sobre el tema. Las razones más comunes para que una pareja decida adoptar un niño son la búsqueda de excelencia profesional primero y verse a los cuarenta sin hijos, o la imposibilidad de tenerlos de manera natural.

La sensación del paso del tiempo se hace más evidente y genera grandes angustias y conflictos en la pareja. Mientras uno puede pensar que ya es el momento de adoptar, el otro insiste en que aún se puede esperar un poco más, para terminar la maestría o para seguir intentando el milagro de la concepción.

La diferencia entre las personas que adoptaron un hijo y otras que aún no lo decidieron es que tomaron  una decisión. Se hace entonces urgente recolectar todas nuestras dudas, necesidades, fantasmas y posibilidades, ponerlas sobre la mesa y tomar una decisión compartida. Así evitaremos que el miedo, el dolor y las dudas nos sigan torturando y destruyendo como pareja. Empecemos reconociendo estos miedos y dudas.


Miedo a la procedencia

Es otra manera de llamar al temor a lo deconocido, a lo que no es uno mismo ni está en nuestro entorno. También se le conoce como el "estigma del origen"; sentir desconfianza del niño por no saber quiénes habrán sido sus padres, o si va a desarrollar o no una enfermedad o impedimento físico en el futuro es un miedo muy fuerte en muchas parejas frente a la adopción.


Revelación de su origen

Otro freno para decidir sobre si adoptar a un niño o no es el miedo a la pérdida. Se siente terror de revelar al niño que es adoptado, ya sea porque se teme su reacción y que no los ame más o decida irse a buscar a sus verdaderos padres. En ambos casos es una pérdida potencial que no se está dispuesto a sufrir.





Pero esta actitud revela una visión del niño como propiedad, que desmerece las calidades personales relacionadas al deseo de maternidad o paternidad que se pudieran mostrar como carta de presentación en un proceso de adopción.


Asumir lo imposible

Se da con más frecuencia en los casos de incapacidad para procrear; cuando no nos resignamos, luego de varios intentos, a que no podemos tener hijos de manera natural. Nos cuestionamos, herimos nuestra autoestima pensando que es un castigo por ser como somos o haber hecho lo que hicimos. Nos refugiamos entonces en la esperanza de que se encuentre alguna cura en el futuro y se pospone así una decisión.

Es una actitud infantil en la que inconscientemente estamos viendo la maternidad o la paternidad como una prueba mal dada, el fracaso ante un reto personal.


Todas estas dudas e inseguridades se entremezclan en la relación de la pareja y son muy difíciles de ordenar. Si nos encontramos dando círculos sin hallar una solución, lo mejor es buscar ayuda profesional cuanto antes.


Tener un hijo, adoptivo o biológico, no es una obligación ni nos hace más ni menos como personas. La maternidad o la paternidad no debe verse como una realización personal a través del hijo, sino como una decisión compartida en pareja en la que se afectará a una tercera persona. Tener o no tener, esa es la decisión.


Imágenes: John Goode en Flickr, Janah Hattingh en Flickr.


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